tramontana. café.


piensa en algo café; algo como la palabra tramontana, macondo, enverdecido por los platanares, o por los libros de historia viejos y en escribir algo así. algo, y todo lo contrario al espacio debajo del mueble (café) sen donde se encuentran: a)esqueleto de ratón b)una dentadura postiza c)un libro de fotos con las pastas cubiertas de color café en bordados dorados. el general Rasgtywuhyg (este personaje ficticio) observa su mano descontinuada, su cuerpo sin compás jugándole esa satírica, cruel y sardónica broma de la asímetría de todas las mañanas frente al espejo. reflexiona sobre la urgente necesidad de incluir dinosaurios, villanos de 1930, estilo al capone (aunque también piensa que no sabe si al capone vivió en esa década) y algo como esos libros de bomarzo, tirano balderas, el poema del mio cid. entonces, piensa el mismo tiempo en arañas gigantes, dinosaurios que son diseñadores de moda al mismo tiempo, guitarras con vida, ninjas mariachis, fotógafos que se roban libros, tigres que leen los mapas y tocan con ellos, las más impresionantes obras musicales, escritores que eran capaces de tomar fotos de los planetas y hacer con ellas camisetas y galletas chinas. piensa en los chinos, el drama de los egipcios, las putas de los aztecas, una ventosa muy fuerte del dios eolo, un video juego que jugó de niño, jugo de naranja servido en un vaso azul y muy frío (y azul por el frío, no por el color) decide sobre su suerte y sobre el tiempo que le queda. tiene un dilema: puede borrar el texto: es café y verde y hasta el momento se ha cansado de él. intenta ser de fondo blanco al incluir diseñadores, pero ya es de todos colores y se ha perdido. intenta memorizar rememorar las historias de aureliano buendía, de la casa de los espíritus y esa bola de chiflados; se le viene la última película, una noveleta negra perfectamente adaptada. viene luego, la preocupación por una vuelta de tuerca y todas esas lecturas que están esperando, encima del mueble del piano, por la ventana donde puede observarse el telégrafo y la carnicería donde se exhiben las cabezas de reses de ojos gelatinosos y blancos. palpa su pantalla. una laptop hp con más de cuatrocientos caballos de fuerzas. corrige un error de tres eles seguidas. lll. piensa en un tridente del diablo. vuelva a cien años de soledad. comprende el revuelto y un remolino que se le ha vuelto el pensamiento. aunque, no está falto de razón, es, a microscopio, un virus que no tardará en mandarlo a la lona. escucha todos los boxeadores que ha visto pelear, los bailes en las bodas, los cuerpos de mujeres desnudos (ahora está haciendo una lista, de las cosas que ha vivido, por supuesto, como hacen los que están a punto de morir), las casas a las que ha entrado, el rostro de todas las personas del mundo que ha conocido, la ciudad donde creció, la nieve, sus mascotas, sus familias, los secretos que nunca contó, los que sí contó y dejaron de ser secretos, las palabras que escribió, las conversaciones, las invitación rechazadas, las que milagrosamente aceptó, todos los minutos gastados en escribir, en llorar, en reir, en cagar, en eyacular, en besar al amor de su vida, siempre el amor de su vida, en jugar al drama, todas las conspiraciones, los fracasos, los objetos que tocó con sus manos: teles, pianos, abanicos, perros, ventanas, tigres, arañas mutantes, relojes, catedrales extraterrestres, iguanas fosforescentes. entonces, ahora sí nota que ha logrado ahuyentar a toda ese espacio café, que en algún punto se trocó en café con k (y entonces fue café del mar, sin saber porqué, quizá por la añoranza de conocer ibiza que nunca conoció; y que luego fue kafetón, y luego fue mrkafe, y ahora es como al inicio solo kafe y Rasgtywuhyg) y ahora no tiene nada. piensa en lo apremiante de los espacios con colores muy distintos que lamen nuestros cuerpos y que están llenos de fantasmas. está seguro, que en algún momento tendrá que enumerar los nombres de todas ellas para darse cuenta, casi al final de la lista, que ha sido inútil hacerlo. el comandante Rasgtywuhyg, ser único y protagonista, dotado con la única mayúscula de esta historia se tambalea en las pizarras hechas con polvos de arroz de la pieza (se detiene y comprende la gravedad de haber robado alevósamente algunas palabras: tripería, empelucadas, mondongo, ingenios y camarista, y no se lo perdona porque lo ha olvidado rápidamente) quiere extraer del escote del ser divino, una gracia de antecámara y doncella, que nunca le ha sido confirmada, y sin embargo, siente que ha cambiado por toda la locura que habrá de invadirlo: la imaginación, es, más importante que el conocimiento.