eramos libres, y por supuesto.


rocío parece haber empeorado. no había mucho que contar, tenía una enfermedad y tomaba pastillas día y noche. atravesamos las primeras catorce horas. realmente no nos conocíamos. el autobús era un monstro que devoraba las rayas de la carretera. la carretera, un animal indomable que serpenteaba subrepticiamente sobre un suelo adoraba por espíritus, azules y verdes y cafés. no me lo dijo hasta que llegamos al primer pueblo. nos quedamos, como por todo, por algo fuera de lo planeado. la niña ni siquiera me conocía. yo intentaba parecer tranquilo y relajado. tenía miedo. eramos una postal de novatos, a decir verdad. y vaya jodido locura. ni que pensar de todos esos montes que veríamos después, bajo siluetas delgadas y enjutas de cigarros, que se fumaban para hacer espirales y perderse con la blancura de las nubes del cielo. eramos libres. por breves, brevísimos instantes, eramos libres, carajo.