No alimente a los lagartos , Joven Chihuahua.

Los ojos del lagarto eran capaces de ver, atravesando la luna, por debajo del pantano y a la orilla de la isla que eran sus caderas. Una ecuación que se perdonaba a sí misma todas y cada una de las confesiones, que en brazos de distintas mujeres -el alcohol, la fiesta, la religión y la cama- parecían formar ese binomio tan perfecto de redencion: pecado y culpa, igual a redención. El cocodrilo -ese mandril quasimodo- alargaba las patas, enseñaba los colmillos y se auto proclamaba rey de aquél zoológico estampado en la Av. Roldán Franklin, número 300 y que ocupaba mas o menos 8 kilómetros estandar de largo por otros 6 o 7 de ancho. Chihuahua observaba fijamente la ciénaga mientras tomaba de la mano a su hermana menor. Sostenía una Coca-Cola en la otra mano y tenía los ojos verdísimos, perdidamente verdísimos.