La carrera de los conejos

La liebre brinco como una estatua de plata. Evadió las piedras, escucho el sonido de una serpiente a varios metros, acelero cuando dije a Carlota que ahí estaba. Corrimos hasta que las piernas ya no pudieran mas. Carlota, ese ser dorado, un punto amarillo en el paisaje, ya no pudo mas. La liebre corrió hacia el montón de los zombies carbonizados. Nos observó. Corrió hacia las madrigueras de escape. Carlota se revolcaba en el pantano de lodo. Estaña cubierta toda de fango como si fuera de chocolate. Sacaba la lengua, estaba feliz. Fuimos por el segundo intento y pensé que seria increíble una segunda liebre el mismo día. Y así fue. La segunda vez pude observar como nos miraba a lo lejos, pensando que nunca la alcanzaríamos. Y Carlota estaba mucho mas cansada ahora.