Un bloguero domador.

Los escritos cambian de forma como pulpos. Tienen largas tramas que se revuelven como algas marinas. Historias que se entremezclan. Sueños que terminan por olvidarse en algún rincón de la mente. Ideas fugaces con cara de novelas. Tramas mal escritas. Prosas interminables. Ideas fracasadas. Sueños mal recordados.

Ser bloguero es una cuestión de necesidad, más que de cualquier otra cosa. Al paso de los años, de los meses, de los días, el término puede, como la magia sobre cualquier otro concepto, cambiar y reflejar otra cosa completamente diferente: ser bloguero no es lo mismo hace diez años que ahora. Que hoy. Hoy, ser bloguero significa ser alguien de fama, de renombre, de frescura. Alguien quien ostenta un lugar y una voz. Para los que llevamos tiempo en el oficio, puedo decir que ser bloguero es lo más parecido a una enfermedad. Saramago decía que el blog es cómo la luz que va iluminando a cada autor, pero qué va a saber Saramago de este asunto.

El blog es siempre algo inacabado y que nunca acabo por contar las historias tal cual aparecen en la mente de su autor. Como por ejemplo los dos párrafos anteriores: ninguno de los dos parece querer adherirse al otro. Se entremezclan en una batalla y compiten para ver cualquier resulta ganador. (como aquellos cuentos del efecto DELETE que escribí hace algunos años). Creo que alguno de los dos está esperando que lo borre de un tajo. Que corte su tentáculo venenoso y que deje morir al otro, al gemelo fuerte.

Los blogs nos desvían siempre. Son un lugar al que nunca podemos llegar. Algo que nunca podemos alcanzar. El blog es la novela que nunca pudimos terminar. Son ya muchos años en los que intento borrar el blog, publicar el blog, dedicarme al blog, todo por el blog. Y no logro nunca ninguna de las anteriores. Lo más parecido a alguna victoria que he logrado, es mantener la intermitencia constante.