Eran hermosas. Tenían la cara azulada y rosa, con esquinas y recortes lapislázuli, ojos blancos que miraban absolutamente todo lo que estaba pasando. Nunca entendí bien lo que significaba estar enamorado de una de ellas hasta que ya no podía dejarla. A veces eran verdes increíbles, corrían rápidas y por sobre todo, eran adictivas. Yo sabía, desde que las vi en el escritorio, que no necesitaba una droga más en mi cuerpo.