Estaba solo. Se supo solo en una balaustrada de luces y cenizas. Quizo mirar, los ojos ausentes de zodiaco que tenía, pero solo vió el rastro de una vida sin consecuencias. Era una ola serpentenate. Una soledad completa e irasible. Permeable. A prueba de besos. Su vieja piel había perdido el voltaje de las estridencias fugaces de los años, y hoy, solo le quedaba el cielo. Ni los libros, las letras o los viejos cuentos de fantasmas, podían traducirse en algo visible. Perdía la palabra...era algo que tenía que ver con ciclón, voltaje y estridente pero no lograba nunca tomarla. Era un soledad ancenstral de un millón de cielos conjugándose.