Lo sabíamos los dos. Incluso, en el mejor de los momentos, y evitando la catástrofe de los peores, lo sabíamos. Sabíamos que esto de sentirse solos como el mar y con los ojos hinchados del océano (azul, azul, azul, martillante azul) no era del todo normal. Y hubo que colgar la pancarta y dejar, por fin, los guantes sobre la cama. No bastaron los besos, ni las cartas, ni los mensajes. Estuvimos ahogados, con la cara de oficinistas de segunda hambreados y jodidos. Nos cansamos, creo, de no tener ganas ni de reír ni llorar. Siempre fue demasiado: esta soledad mayúscula que apuntaba a un naufragio sin bandera, a un bote sin remos, y ante todo, a una latigazo auto punitivo cagándose en un berrinche descomunal, consecuente de estar tragando bolitas durante todos estos meses. Y, tengo ganas, de vomitarme desde el último piso del paraíso. De meterle los dedos a la gran vagina de dios y comprobar que la vida algunas veces no parece ser nada. O será, que simplemente, hoy no me encuentro para nadie. Otra vez, fuera de lugar, otra vez, otra vez, otra vez, con el semblante de marciano, con las ganas verdes de salir corriendo por la ventana. Estamos colgando por la ventana, de una botella de whiskey mal amarrada y de un barco en la estratósfera. ESTAMOS ESPERANDO: QUE SOPLE EL VIENTO A FAVOR. Nunca supe en que momento fue, pero estaba seguro, aquella mañana simplona y aburrida, que era el día que había muerto por primera vez. Algo me lo dijo. Nunca supe hacer narraciones, ordenar las ideas, darle forma: la trama, los personajes, las ideas.

Lo sabíamos los dos. Que esto de elevarse a ratos, y ratos morirse no era suficiente. Lo supe desde no sé cuando. No era suficiente, cambiarse ciudad y esconderse de la soledad en las plazas, en los moteles, en los cuerpos ajenos, en la locura de la cocaína; no era suficiente creerse escritor, no era suficiente encerrarse en casa con doble postigo como en las películas, porque, a diferencia de aquellas, no habría nadie observando del otro lado de la televisión. Estábamos cargadamente solos, con ganas de cogernos y estrangularnos al mismo tiempo. No era suficiente, vagar por la misma ciudad con los pies cansados, con la cabeza baja, con la lluvia en los párpados, con sudor en el pecho. No era suficiente, tirar los dados y pensar que las cosas saldrían, simplemente, bien. Necesitábamos un gran globo aerostático cargado con eso que llaman amor para rescatarnos. Necesitábamos un cargamento de aquellos huesos de los que me enamoré que estaban full-of-cocaine; a aquella astrología que apostaba por mí, como el ganador, aún siendo, el peor de los alumnos. Necesito cortar toda la comunicación. Borrarme de una borrachera la cara de oficinista masturbado; de clasemediero vagabundo, de formalidad mal aparentada; de alegría mal disimulada; borrarme la cara, de artista fracasado, de escritor que nunca escribe, de pesar, de pesadumbre. Necesito cortarme todas las venas de un tajo. Y acabarnos de una buena vez.
Y quisimos -quisiste- sonreír que esa cara sádica que hoy aborrezco tanto (quiero aporrearte con un bate de beisbol, por idiota, por estúpida, y porque por más que te patee e insulte, sigues ahí; y no porque me quieras, sino porque te ganan las putas ganas...) Porque se me acabo la pila de reserva. Se me descompuso el cargador. Se me quebró la pantalla. Estoy harto, cansado. Cansado de ambos, de ti. De lontananza de nada. No hay nadie. ¿Y qué? ¿Y qué si no hay nadie del otro lado del teléfono? Tengo miedo de levantar el auricular. De contestar. De decir hola. No puedo. Se me terminaron las ganas. El drive. Se me agotó la nitroglicerina. Se me atascó la palanca de velocidades. Hoy, simplemente, no quiero. No puedo seguir adelante. Se me terminó la gasolina. WARNING. OUT OF GAS. EMERGENCY. Esto es una emergencia. Esto, no puede seguir así. Necesito algo, pero no sé muy bien que es. ¿Un aliente de mujer? ¿Un cuerpo de mujer?

(Y caminar en un mar alabastrado y nocturno, con la certeza de que los rictus con los que hicimos literatura día a día funcionaron. Con la certeza de que todos los días que leímos en libros se nos quedaron grabados a fuego en la cabeza, y mañana (Mañana Resurrección, Mañana Otro Día, Mañana Cuando Todo Mejore, Mañana Cuando Sea Otro Día, Mañana Otro Día Será, Mañana Mejor) los recordaremos y seguiremos acá, simplemente acá, en Villa Feliz, en Ciudad Desmadre o como sea que se llame este planeta tan jodido. Y caminar, con la cabeza helada, tranquila, despejadamente inocente y con una mirada de iridiscencias y veremos el mar, el mar, el mar azul, azul, azul hielo, azul agua, azul cielo, azul ojos azules, azul final, azul azul azul)

Porque no tenemos manera de cargar la batería. Nacimos descompuestos (te acurrucaré, en ese lapso atrapado y fugaz, volátil y violente, bello y eterno, rojo, de muerte y vital, tomaré tus alas con las manos y...) Un error de manufactura. Hay algo, que simplemente no concuerda. Y lo sabiamos. Lo sabíamos Janeth. Lo sabíamos E. Lo sabíamos R. Lo sabíamos Y. Los sabíamos B. (como quiera que te llames). Lo sabíamos V. Y aún así quedó la pregunta pendiente. Y hoy quiero contestar que no. Hoy no quiero jugar. No quiero levantarme. No quiero escuchar ninguna de sus estúpidas voces. Todo es un fracaso. Todos fuimos un fracaso. Un Fracaso P. Un Fracaso M. Un Fracaso V. Una Fracaso E. Un fracaso J. Todas. Un Fracaso Todas. Creo que nunca me ha sentado bien estar solo. ¿Es posible, perdurar? ¿Proyectar?

Lo sabíamos. Estaba, sencillamente, a la vuelta de la esquina (al fin podré llegar, más allá: me espera un sol que me llevará sin temer volar, donde un sueño es realidad) Pero decidimos confundirnos en una rondanada de látex y sudor y sexo y cama. Y lo ignoramos. Y hoy quiero amar, y no sé como. Estoy apagado. Fundido. Y luego de tanto tiempo, no tengo fuerzas para seguir (dime, sweet melocotón, fatalista: un aplauso, por favor) ¿Al fin podré llegar?

¿Qué nos espera a la vuelta de 50 años? Es un barco. Una vela prendida, pegada con cera a una pequeña caja. ¿Y podrá brillar? ¿Podrá mantenerse así? Somos la tempestad. Somos la mentira de los sueños que no se pueden cumplir. No existen. NO EXISTEN LOS SUEÑOS. Los sueños no pueden cumplirse. Estamos, acalorados en el primer pasillo, queriendo poner candado y esperando a que empiece el partido (latidos que enmudecen: mi ley. ya nada me ilumina, se cierran las ventanas: mi ley) Podremos resistir la llegada de la ley? No existe la historia escondida. Se nos perdió. Se nos murió de amor. El amor se nos muere de tos, de anemia, de amor.

Y construimos la casita de pan, en el primer motel que nos encontramos, a ciento cuarenta kilómetros por hora y media botella de whiskey por hora y catorce mil cigarros prendidos por hora y dos pases de cocaína por hora y el burdel a un millón de orgasmos por hora. Pero nos dimos cuenta demasiado tarde aunque lo sabíamos. Lo sabíamos. Y nos retorcimos en la cama como posesos y dijimos que NO. Y quisimos oprimir la tecla DELETE...pero se necesita mucha más fuerza para borrar las cicatrices de los besos. Se necesita morder los ojos, cambiar el azul del cielo, quedarse completamente pendejo. Se necesita escribir, una historia de amor. Se necesita contratar a Julieta y sobornar a Romeo. Se necesita, comprar (¿Nokia? ¿Áka? ¿Motorola? ¿Siemens? ¿Apple?) toda la mierda del planeta para sacar la espada y quitarse las lastras. Respirar.