Quería tener el corazón black black black como las brujas profundas de los cuentos de Salem, pero ser rosa como las barbies. Rosa rosa rosa y oler a chicle al mismo tiempo. Hacer conjuros maléficos por las noches y ver la televisión en las mañanas o entrar a Facebook como si nada pasase. Su vida fue siempre así: un encontronazo irremediable de énergía en el plexo solar. Era un mujer, sí, pero a la vez una cicatriz lunar, que se paseaba impunemente por las calles con una cámara fotográfica lista para hacer shot-shot.

Tenía la fuerza inuscitada para matar a tres dragones con la mirada -y ese levísimo estrabismo que disimulaba mirando fijamente hacía la cámara, le daba el bonus extra que volvería loco a cualquier gamer obsesionado- y enamorar a cinco Romeos por esquina. Ella era electrizante: te dislocaba a la primera y yo podría jurar, que todos sus huesos, desde el más pequeño hasta el más grande, están todos formados de cocaína prensada.

Tenía eso oculto que todos buscan la vida entera. The Kung-fu. El Foku. El Chi. The Shakra. The Seed. El Génesis. O como putas se llame (o lo que mierdas sea) para caminar sobre el mundo y deshacerlo bajo los pies, con un andar como de princesa en el exilio (Sí, de princesa en el exilio)

Ella se robaba el mundo. Hacía una especie de drain y fua!, click click click: uno quedaba atrapado para siempre en una de sus imágenes, a naufragio de la respuesta de sus ojos.