Aunque eso significara, con afán ventajoso y en todo caso quejica y poco hombre, ponerse a escribir desarrapadamente en la oficina. Robarle jodidos trece minutos a la jornada de doce horas para dedicarse, con esas ínfulas irrefrenables de poseso, a llenar un bloc de notas, escondiéndose de los compañeros (oficinistas igual que él, mal pagados igual que él, jodidos y rejodidos igual que él, pero no solos, como él) De todos modos who cares? A quién le importaban los organization charts, los diagramas, los job descriptions, las entrevistas, las renuncias, los despidos: todo era parte de un mismo huracán sin final, que parecía arrebolarse en el entrada de los túneles que se habían convertido sus días. Aunque eso significara que perdería el café, perdería la primera entrevista y perdería, por mucho, la estrellita de buen desempeño que le había puesto el jefe. Lo importante era eso: ella y las letras. Y aún, con el hábito de monje tibetano cocainómano y de estrella pornográfica, había acabo por prostituir irremediablemente, y no sin algo de escozor en la garganta, su propio arte bajo el yugo de sus ojos de metralleta. Era un copycat, a final de cuentas, que siempre estaba pensándola. Asechándola como un gato (Inserte microrelato aquí: "Hace días que llueve a cántaros. Y la gata se comió al último grillo que nos mantenía despiertos") Buscándola en todas las hojas de cada uno de los parques de la ciudad; diseccionando cada una de sus imágenes de alta definición con bisturí de alto calibre y creyendo, que a fuerza de tanto dolor, algún día la magia lo haría invencible. But, guess what? Ese día seguía sin llegar...