Con nadie. El resultado es un gran "cero" perfecto en su redondez, que apuntaba hacía un singular que se consumaba y re-confirmaba con el paso de los días (y las horas, las horas, las horas, las horas) Y era con nadie con quién debía terminar. Con nadie con quién debía ajustar las cuentas. Era con nadie con debía amar, y vivir y todas esas cosas de las que viven los seres normales. Fregar los platos, levantarse por la mañana y preguntar por la pasta de dientes, criticar la mala publicidad de la televisión nocturna: nadie. El resultado, corrigió mentalmente, no era un gran "cero" perfecto en su ausencia de algo: el resultado era siempre uno. Uno en soledad y lidiando contra lo que dicen que son demonios (pero mienten todos, en la oscuridad o la media luz de una vela: mienten; mienten cuando dicen que se alejan como dragones los demonios de la pubertad, de la soledad, de la inspiración: mienten; jodida y alevosamente: mienten) pero no son demonios, sino, Las Horas: una tras otra pasando trepidantes y colmilludas. Uno en soledad. Uno irremediablemente uno: tan de sí mismo, tan de nadie. Uno y con nadie: el resultado era, al fin lo supo con certeza, uno y con nadie: y además con un porvenir tan hermético de plurales que se hinchaba de una especie de orgullo malsano: me estoy quedando pinche solo, y qué.