El hielo era como una gran carretera arácnida que se extendía por toda la extensión de la ventana. Azuloso y cristalino y en las noches negro, alcanzaba a cubrir el cristal incluso por la parte de dentro de la casa. Había calentadores de leña y de gas y las luces iluminaban el pueblo más nevado de la república. Olía a frío. Todos sabemos a qué huele el frío: caminos silenciosos donde lo más importante es conservar el calor y no morir en campo abierto.