4 prosas y descripciones de ella (las mitras)

 
una certeza incómoda
 
Lo supo entonces. Le llegó a la cabeza de un madrazo. Sentado incómodo en el asiento color plomo azuleado del autobús, mirando por entre la trasparencia de la ventana, con su libro de gruesas y pastosas portadas azules. El libro dejó de formar parte de sus manos. Lo cristalino ahora era mixtura completa. La respuesta le había golpeado la nuca y dejo de saber el mundo por unos segundos.  
 
antes de la lluvia
 
Ella era plástica. Una entidad gigantesca, cristalina, terrible y hermosa. Nunca había visto algo semejante. Ella, recargada con sus brazos flacos y morenos en la mesa bien pulida de aquél lugar, su cabeza casi tocando la madera, su vista disparada hacia la infinidad de la nada y su mirada bien puesta sobre aquella cosa: se exiliaba por un instante del estado de letargo que le era habitual para despertar al mundo por un momento. En el cristal golpeado caían ahora otras muchas iguales a la primera, formando un rítmico sonido. Se quedaban primero suspendidas, como separadas; pero luego que llegaban otras, se juntaban entre sí, haciendose mas grandes. La lluvia de septiembre era sin excepción muy terrible y muy hermosa.  
 
sin título
 
Lo supo entonces. Le llegó de un solo madrazo a alguna parte de la nuca. Los colores de lo externo se le revolvían en la cabeza con todos los recuerdos y lo cristalino de la ventana se hizo mixtura completa. Recordó los sonidos que alguien lanzó al aire en alguna otra existencia paralela a la suya y que él atrapo con las manos, haciendolos palabras con significados misteriosos.  Percibió olores fosforescentes, brillantes; se sintió pesado como si estuviera todo hecho por dentro de bruma y niebla  muy espesa. Lo supo entonces, invadido por lo absoluto del cielo. Puta madre, puta madre, alcanzó a murmurar antes de dejar de saber al mundo.  
 
ella
 
Ella se paseaba con otros nombres por entre las calles, guardando siempre la verdadera y legitima identidad. Ella, que años antes se paseara de la mano de su madre por entre las tiendas y los mercados, ahora caminaba con la mirada clavada al cemento. Volvió a ver el espejo roido y gastado que traia entre las manos, pinche espejito hijo de la chingada, le dijo, tu no entiendes cabrón, tu no entiendes. Ella de la mano de su madre, siglos atrás, como ella misma dijiera, evocó la tarde nublada y triste llena de nubes indiferentes en la que una cosa plástica, gigantesca y de una brillantez aluminosa la había sorprendido violentamente: era un entidad hermosa y terrible, inexplicable, absoluta.  
 Sintio el brillo del su antebrazo sudado y se quedo mirando su muñeca. Nunca se había percatado de todas las venas y los pequeños y finos vellos que le cubrian los brazos, pensó que quizá era buena idea tener un reloj de pulsera. Finalmente nunca había tenido alguno y siempre andaba vagando por ahi con la creencia de que todas las horas del dia, eran , sin lugar a dudas, la misma hora de siempre. Se acordó del tiempo y de las horas y los minutos, en la pantalla de su nokia color azul y blanco tipo plásico marcaban las nueve treinta y tres de la noche. Dijo alguna palabra al aire porque no queria que se pasara otro dia más sin pronunciar alguna palabra, como frecuentemente le ocurria algunos dias. Con el tiempo esa idea se hizo creencia y luego costumbre y finalmente hábito. Hablaba solo. Me voy a volver pinche loco o me voy a quedar pendejo si no hablo. Y así comenzó entablar amistad con las cosas: le hablaba al suelo, al escritorio, a los autos; tenía las mejores charlas con los objetos de colores brillantes y con las fotografías de las peliculas hollygudenses tipo blanco y negro. Pero su objeto favorito era el espejo: de pronto se sorprendia el mismo hablandole al tipo del espejo.  
 
Después de todo, muchas de las cosas nos parecen terribles y hermosas a la vez. En eso radica el gusto por el arte,  había oído que su tío -o al menos así hacían que le llamara a ese hombre- le había dicho a su madre:  el arte nos sorprende siempre con horror y hermosura. En el momento de escucharlo no le había prestado atención, pensaba que su "tío" o lo que fuera, hablaba demasiado y con demasiado interés, no como ella que había comprendido a su edad, que si quieres que alguien te preste atención; digo atención atención, se tenia que hablar como si no  te interesara que te escucharan. Por eso ella siempre hablaba entre dientes, de mala gana, forzada, con muecas. Hasta ese instante en que la gota de lluvia se estrelló muy de cerquitas junto a ella, y pudo contemplarla, pensó en aquello de la belleza y el miedo revueltos o eso de la hermosura y el terror, lo que había dicho su "tio", fuera lo que fuera, quizá era muy cierto.  
 

Se sentía incómoda en aquellas sillas de madera: nunca iba de compras o de paseo a las tiendas, y ese día, además de que le cagaba la fingida amabilidad de su madre, se sentía especialmente incomoda. Las sillas nunca le acomodaban. Por más que se revolcara como un gusano, diera miles de vueltas y cambiara de posición, la silla tramaba algo en su contra, no dejándola nunca sentarse y sentirse a gusto.  Lo bueno, era que podía aprovechar aquellos momentos para sacar algúna ventaja. Aquella tarde estival en que septiembre se funde con las mujeres,  no fue la excepción: un bonito espejo de marco rosado que le gustó por pesado y por macizo. Pasaba el espejo por varios lugares descubriendo objetos y lugares que con su vista no podía ver normalmente, así fue como la soprendió la enorme gota de lluvia azul y plata, estrellándose contra el vidrio y a la vez maltratando el reflejo del espejo. Esa imagen se quedaría grabada en su memoria hasta muchos años después.  
 
Su madre era una mujer indescifrable, impredecible para la mayoria de las personas pero no para ella. Ella conocía a su madre mejor que ningún otro ser humano, conocía la aspereza de su voz, los regaños disfrazados de palabras amables y la dureza y fuerza de sus manos. Vio el humo del cigarro corriendo por el aire, a través y por entre su espejito color rosa y pensó entonces que quizá su madre estaba también hecha de humo, era igual que esos cigarros amargos y de olor feo; se impregnaba su aroma en todas las cosas y siempre en su ropa, además le calaban los ojos haciéndola llorar. Igual que su madre.  A fin de cuentas, poseía todos los requisitos para ser un cigarro de aquellos de color café y de silueta muy delgadita. Así era su silueta: muy delgadita, flotante, volátil, quemable. Su mamá se quemaba al mismo ritmo de los cigarros aquellos que le patrocinaba el "tío". Y ella ahí, recargada en la mesa, con su pose cansada y su existencia forzada, con su nuevo juguete de mujer entre las manos, pensaba en comparaciones como aquellas. Lo hacía sin malicia. Sin intención; solo porque el pensamiento se le iba en direcciones extrañas algunas veces. 

Sin embargo, aunque ciertas cosas se le quedaban clavadas en la memoria, tenía la facultad de olvidar periodos enteros de los días, no podía acordarse de instantes enteros, era como si alguien se metiera en su cabeza y le borrara toda la información, como un disco duro de computadora, cosa que a ella no le importaba, pensaba que así debía de funcionar con todos, alguien entraba en nuestra cabeza y borraba algunas escenas, picando aquí y alla y dejando las mejores a disposición del recuerdo. Así hacían las películas, había observado en la televisión. Alguien oprimía un botón y listo. Las mejores escenas eran seleccionadas y puestas en pantalla grande. Recordaba por ejemplo que su madre se enojaba tanto con ella algunas veces que hasta se le ponía el aliento muy raro: olía como a farmacia, como a inyección. Gritaba y decía cosas que ella no entendía y caminaba como bailando, agarrándose de las paredes para no caerse al suelo. Y  todo este ritual era, por su culpa: había hecho encabronar tanto a mamá que se ponía muy mal la pobrecita. Incluso algunas noches -que era cuando mamá se ponía enferma- le parecía gracioso verla caminar-bailar, hablaba con las cosas y con los personajes de los anuncios en la televisión. Se transformaba por completo en diferentes personas. Había noches por supuesto, mientras todo esto pasaba, cuando el director de la película entraba en escena y ella no podía recordar todas las cosas. Solo veía a la mañana siguiente, flashazos que nunca acababan de ser un recuerdo completo, solo sensación.   
 
Las noches de septiembre se comen al sol muy despacito, como saboreándolo, quizá por eso esa noche el sol no había podido dormir, igual que ella. Tumbada en la incomodidad de la cama -la cama tambien era complice algunas veces del mismo complot que le jugaban las sillas- no podía alcanzar el sueño. Lo que si alcanzaba con mucha facilidad era un pinche mal genio de los mil mounstros. Normalmente le daba mucho miedo levantarse en la noche, le invadía una cosa extraña y negrusca que le paralizaba y no le permitía ponerse de pie, sin embargo, el mal genio de los mil mounstros antes referido, espantaba hasta la negrura del miedo y se levantó, caminó por entre el pasillo de la casa y fue hasta la cocina. Ya  sabia de memoria los muros de su casa, aún que en la noche, estos se convertían en laberinticos pasadizos. Logro llegar hasta el fregador plateado, tomó un vaso y se sirvió un poco de agua, tomándola de un jalón, casi maldiciéndola. Se sintió, después de haber tragado el pedazo de agua helado ya un poco adulta con este suceso, como la protagonista de una escena de película: la clásica chica que se levanta con insomnio a tomar un poco de agua, y era en ese momento que debía descubrir algúna criatura terrorífica o a falta de criatura terrorífica algún asesino en serie de mente perversa. Para su desilusión no descubrió ni a uno ni a otro, pero si escucho un ruido que venía del cuarto de su madre-cigarro. Como un llanto, un quejido. Pensó que quizás su mama se estaría quemando de verdad. Tomó la ruta mas corta y se dirigió sin prisa, tocando con sus pies descalzos y tibios la frialdad del suelo de cemento que la sostenían, y vió la puerta cerrada del dormitorio de su madre. Se escuchaban ruidos, como un galope tranquilo y planeado. Rítmico. Placentero. Dejó el vaso sin agua con mucho cuidado en el piso y se asomó por entre las rendijas que tenía la puerta en la parte de abajo. Recordó el espejito rosa que le acababan de comprar y supo que sería mas fácil ver con la ayuda de este. Descubriría entonces, a mitad de la noche, descalza, medio sorprendida y temblorosa, la imagen de su madre con otro hombre, a través del reflejo oscuro del espejo macizo y pesado. Quizá este objeto estaba destinado a develarle secretos y cosas que ella no quería descubrir. Y ella vería la vida a través del pinche espejo.