Esa existencia paralela a la de él, le iba calando poco a poco, construyéndole un dolor que no podia localizar en ninguna parte del cuerpo. Eran pasos gastados, suspiros llanos, respiraciones cansadas y alientos taciturnos. Era una molestia como en la garganta, como una bola negra. Aquella sensacion era casi un dolor: una voz callada y anhelante de envolver y proteger y de dejar en libertad. Así, con el paso de los dias (minutos, años, meses, de esos mismos que se comen viva a la gente) se le fueron presentando una por una, en forma de humos azules en la cabeza, bolas negras en la garganta, estelas verdosas entre las venas, estrellas diafanas en el higado, aires y presencias en el estómago, todas esas alimañas que se les pegan a los seres humanos durante toda una vida.