13.6.09

Fue por esa temporada cuando los colores empezaron a perder su color. Sí, valga la reduncia, o mejor dicho, no valga la redundancia: los colores perdieron color. Era como si alguien le diera vueltas a los botones viejos de una televisión y se nos descomprimiera el brillo, se nos amoratara el contraste, se nos fuera la luz, la saturación, y todas esas cosas que uno no entiende nunca. La mañana que nos quedamos a dos colores, no nos dimos cuenta.
Saludabas a alguien del piso de arriba, mientras con la llave Wernike ajustabas una tuerca. Liquidos (negro) te chorreaba desde el hombro izquierdo hasta el pecho (gris). Todo era agitación: el olor entre ácido y dulzón del muelle, ruidos, música, gente pasando, martillando, probando, tirando, gritando, ordenando (todo en escalas de grises).
El día que por fin salimos a la mar (digo "a la mar" porque de repente así se usa, en vez de "al mar") , el Capitan Heller, se encontró con que el mar era como una plástica envuelta en una película de blanco y negro. Se vió las manos.
Cerró los ojos.
Dos minutos después, un chorro negrusco le escurria de las sienes y tuvieron que nombrar a Buckner Capitán suplente.

prólogo o epílogo

el lector se encontrará en este blog toda una serie de fallas estructurales y gramaticales; de forma y contenido, de orden y cronología. el autor, en un intento muy frustrado de hacerse pasar por novedoso o chiflado, se ha visto acosado constantemente por seres imaginarios que se colgaron alevosamente entre cada una de sus neuronas, como jumanjis en plena selva, como fukús de barcos que llegaran naúfragos en tazas gigantescas de café.