Estamos atrapados. Correas finísimas de cuero nos rodean el toráx, aprisionándonos. Las manos, atadas por detrás de la espalda, nos imposibilitan cualquier movimiento. Hay silencio. Una vaga luz se deja entrever por alguna ventana. La ropa, raspante, se levanta con el contacto de la cama. Tenemos la piel en llagas. Se escuchan pasos, ruidos. Nos alcanzamos a notar si es nuestra imaginación. Alguien viene. Las imágenes que acuden a nosotros, se plantan de frente como bombas de humo, que luege huyen despavoridas a esconderse a algún rincón oscuro. Seguimos atrapados.