La cosa comenzó por el cuarenta y nueve. Eran tiempos duros en el viejo condado de Rockwood, Nuevo México. Sendas paredes de arena amarilla y azafrán cubrían las paredes de todas las cantinas y Rosy McFlanagan miró por encima de la ventana y pensó que aquellos árboles eran simplemente muy verdes. Muy GameBoy y con demasiados pixeles. Llevaba escasas dos semanas en el pueblo y ya se había enemistado con el sheriff. Era, simplemente, un imbecil. No como ella, ella se dedicaba a lo suyo y punto. Nada de andar jodiendo a los demás. Siempre le sobraban ideas y le faltaba tiempo para llevarlas acabo. Pero iba diciendo, que la cosa empezó allá por el lejano 50´s. Cuando muñequitas dolls bailaban al ritmo de pianolas y se pedía aguardiente y se bailaba polca. Gloriosos días. Los sureños se mantenían en relativa paz y se había logrado una gran estabilidad, o al menos, ni un indio con ínfulas de Game Shoter se atrevía a agujerar el gran tanque de agua que alimentaba a toda la población. Rosy McFlanagan era, simplemente, muy astuta para ser noche y demasiado lista para ser mañana. Y eso le costaría la vida, años después.