14.9.10


Janeth era un nombre irrepetible. Sin la rabia de saberse perdido-vencido y extraviado en otros mundos, con la sensación alegórica de un espacio que insondable, taciturno y horizontalmente inabarcable se abría entro los dos, caminaba: caminaba. Caminaba con la dicha del que se sabe outsider desde el inicio: estaba derrotado y qué. Perdía, igual que todos: pero lo hacía por el gusto morboso de saberse fuera del juego. Janeth era un nombre lejano (allende al mar: en lontananza de algún horizonte medio verdoso y medio esperanzado: crecía: y era precisamente esa dicha de verla tan poco suya y tan de los demás, lo que lo hacía verla en fullbright, HD y Blue-Ray) cuyas letras conformantes se había juntado por arte de una mala jugada del destino, así como las teclas van cayendo boca a abajo una por una; una mala jugada del destino que hace decidirnos a no seguir cargandole las maletas de nadie: Una mala jugada del destino (y de los hombres, y de los nombres y aquellas otras muchas cosas que quedamos lejos de escuchar y no alcanzamos nunca) o simplemente lo mismo que lo perseguía, como una maldición sacada de algún cuento de McOndo, y no le permitía estar cerca nunca de nada ni de nadie: la soledad.

prólogo o epílogo

el lector se encontrará en este blog toda una serie de fallas estructurales y gramaticales; de forma y contenido, de orden y cronología. el autor, en un intento muy frustrado de hacerse pasar por novedoso o chiflado, se ha visto acosado constantemente por seres imaginarios que se colgaron alevosamente entre cada una de sus neuronas, como jumanjis en plena selva, como fukús de barcos que llegaran naúfragos en tazas gigantescas de café.