Estaba encerrado. Si miraba bien, a lo profundo, se difuminaban los metros y metros de distancia que había de camino hasta la calle. El último piso del Count McGraw Hill albergaba un penthouse que, al menos es esta mañana, se encontraba vacío, era una terraza improvisa construida apenas a final de los noventas. Y aún así, el edificio parecía tambalearse con el aire pasados los noventa primeros pisos. Y es que ¿quién no se tambalea?