Mr. Kafe en la oficina

Algunas veces siento cierta pena por él. Quizá un poco menos desde que me decidí, con ahínco de monje tibetano, a tratar de recibir los menos e-mails en un día. La meta: un día sin correos debía significar, por fuerza de la flojeza de los músculos y la obesidad mental, una victoria sobre todos los demás. Quedar limpio de correos, era, a final de cuantas la más sólida y mamastrófica de las victorias (lo que me hace recordar aquél famosos artículo, donde se comparaba a Ana Gabriela Guevara, velocista de los 400 mt como una especie de Alien de todas las Victorias). El salto imprevisto de una fecha a otra, omitiendo un día por completo en el inbox, me convertiría sencillamente en el Alien de todas las Victorias. Pero estoy desvariando. Decía yo que algunas veces siento pena por él. Cuajado en los 70´s y olvidado -olvidado no: dejado de lado, quizás- por una generación amante de la música, la hierba y las enfermedades venéreas, podía decirse que era el último de los baby boomers (hijos de lo hippie, de Woodstock, sobrinos de Martin Luther King y padres de lo que después serian los estrafalarios yonkies de los 90´s) Así rondaba entre nuestros escritorios: con una especie de hálito divino, dorado y medio pendejo al mismo tiempo y  hablando con un tono que no alcanzaba a ser sarcástico, ni chistoso, ni burlón, sino más bien anticuado y pasado de moda. Era uno de esos Saludos Cordiales. Un jodido baby boomer, con modales de gentleman atrapado en una oficina de 7 a 5 PM. Igual que todos nosotros, merecedor de algún titulo como el Alien de todas las derrotas.