Hasta las monjas se emborrachan, padre.



Soñé que estabas en un auditorio. Creo que era el de la secundaria. Estabas con tu amiga Diana. Yo venía en un carro, y era un convertible. Tu tomabas en un vaso blanco desechable. Estabas medio borracha. Tenías un celular nokia rojo, que no era el que yo te regalé, era otro. Y lo quise ver, pero no me dejaste. Tu amiga idiota estaba ahí, con ganas de pelear, por supuesto. Yo había tomado. Pero antes: era madrugada. Tenía un jarro gigante de cerveza. Y del otro lado, quise hablarle a mi hermano. Lo único que recuerdo es que mi hermano no me confiaba todos sus secretos. Sabía que algo estaba pasando con su novia. Algo pasaba. Pero no me platicaba a mi. Esa madrugada yo lo buscaba y luego lo vi, y él se reía y se alegraba de que los dos estuvieramos tomando en grandes tarros, cerveza muuuuy fría. Pero antes de eso, recuerdo que me habían robado el carro. Bueno, no exactamente robado el carro. Le habían robado las llantas. Lo había dejado en un barrio bajo y al regresar. Chaz. Sin llantas.