Miranda observó fijamente el haz de luces que serpenteaban encima de la ciudad. Era una criatura increíble como jamás había visto. Tenía un gigantesco cuerpo en forma de serpiente que arrojaba luces a través de su cuerpo. Se movía con la rapidez de una locomotora. Lo que más le asombraba era que, se paraba en sincronía en las diferentes estaciones. De su piel, escamosa y de acero, salían personas tranquilamente. Asomaba la lengua gigantesca que debía medir por lo menos cuatro metros. Nadie parecía horrorizado ni mucho menos. Miranda.