sabemos que no nos amamos y además, que el momento -dos plumas, tres flores y veinticuatro suspiros- pasará. desapercibido: luminosos (y eterno, porque toda la luz, quizá eso tiene, de ser luminosa y eterna). veo mi reflejo -animal, telúrico, gastado, vencido además- la vieja misma historia. correr dando vueltas sin saber a donde. hemos de morir y espero, en el teatro que se ha convertido la vida, que sea pronto. te escribo, desde los templos, de mi propia existencia, donde nace la esencia, la infinita calma (sanz). y no hay ninguna marcha atrás: nada que podamos arreglar, ni siquiera la manía de hablar en la infinita de la tercera persona: nada que pueda arreglar. somos, dos cuerpos que no se aman. envueltos. la más triste de las historias, la más común de las uniones. y hemos -en barcos de piratas, quizá de holanda, quizá de españa- de recobrar los tiempos recobrados. no hay pasado que podamos alcanzar ni darle vuelta: y sin embargo, él va tras nosotros, marcando cada día de nuestro presente. renuncio categóricamente a esta música que no se de donde provenga, enverdecida, y que sólo se que no es azul. ni tampoco el acorde justo que estaba buscando. busco, quizá con la plena certeza que satanás ha extraviado las llaves en un pozo sin fondo, la clave que me de la entrada, al paraíso en donde estás tú -indefinido, desesperado, y gastado- y donde podamos encontrar un recomienzo seguro (no el que podamos hallar, banamente en cada esquina, sino aquél verdadero, que tras la angustia del extravío, nos da la plena certeza que es el verdadero, por no tener, ninguno otro tras de sí) que nos lleve a una nueva vida: un sur azul, un mar azul, unos labios que ame.