realidades ocultas. Cierro los ojos. La mitra, envalentonada y redonda, afila su reflejo en gotas de luz; lenguas de oscuridad se acercan. Invaden, en su ocredad infinita, el cuarto a destiempo. El júbilo, como un reloj de arena, se estira en su gravedad profunda, hacía un centro inevitable. Aires negros y plomizos jalan todo. Un ajetreo, muy lejano se convierte en murmullo -como un centenar de ojos y manos gigantescas que salieran de fábricas abandonadas, y que fueran del tamaño de caballos gigantes y de águilas que agarraran entre sus patas a elefantes y montañas-. Y te pienso, y se hace la luz.