Y no te dignas a escribir. He estado pensando en que este espacio tan tuyo, pero tan ajeno a ti― nunca te ha visto fijamente. Es una noche de sábado por la noche, donde, por supuesto, no he salido. Carlota da señales ―amarillas― de vida. Pero no estás. Y guardó, ridículamente, un extracto de ti en esa billetera; tan idiota y tan sin sentido. Que, quizá, no te merece. Y no te merece ―animal, amargo, animal, lento, animal, que he sido, animal― porque la locura va a comerse mi cerebro por completo. Va a desgarrar todas y cada una de mis neuronas. Pienso ―sin existir― en que, con un abrazo tuyo, hubiera vuelto sin pensarlo. Pero pudo más, simplemente, el orgullo. ¿Viviremos, una vida, así de trágica y tonta y aislada? El teclado, algo me pide. Que me escribas. ¿Por qué no llamas? ¿Por qué no escribes? ¿Te cuesta mucho? ¿Es pedirte demasiado? ¿Es darme algo que no merezco?