Cerrando triangulos



La gente dice que uno debe cerrar círculos. Ofrecer un cierre a lo que uno comienza y asi, con la ganancia de alguna supuesta tranquilidad mental, seguir adelante. Move on. En la efervescencia del momento, y sin la calidad de los días buenos, la pregunta -esa ingocnita malhabida que se alimenta como una garrapata de sueños inconclusos- es ¿cómo se supone que deba uno cerrar círculos, en donde existen miles de artistas y garabateos? El problema y el misterio de cerrar círculos es que quizá uno no es capaz nunca de recomenzar totalmente. Yo vivo con un montón de triángulos por círculos, de rectángulos que se disfrazan de círculos mal concluidos. Es entonces, cuando en el ímpetu adolescente por empezar algo nuevo, los sueños no terminados se convierten en cazadores furtivos. En detectives salvajes, en auditores del alma y jueces de las peores decisiones: están ahí para odiarlos con todas las fuerzas que a uno le quedan. ¿Quién autorizó a esos hijos de puta, bastardos de las obras maestras, a plantarle a uno cara y por encima querer llevarse con ellos los despojos que le queda a uno?

Lo que nadie sabe es que el líquido -porque seguramente es un líquido, virtual, azul, brillante y casi eléctrico- del que están construidos todos los sueños de los hombres, es infinito.