Camila vio la pantalla del monitor y no supo, por primera vez, quién la miraba del otro lado. Murió en un silencio inquietante, preguntándose en quién se convertía ella misma cuando trasmitía. Del otro lado de la cámara —en un abismo morado y brillante, reptando entre flashazos y lagos azulosos que parecían pantanos llenos de cocodrilos—, miles de espectadores absortos observaban con ojos incrédulos lo que sucedía.
Le llegó la muerte estúpida y definitiva, en esos colores púrpuras y violetas que se suele vestir; con las ínfulas de quién tiene todas las tablas resueltas y ningún interés en resolver algún misterio.
En la mansión de GGBox, había grandes rosetones y chisporroteados de sangre por las paredes. Julián Casablancas recibió la llamada pasada las tres de la mañana. Algo sobre una casa de creadores en donde se había encontrado con más gritos de lo habitual y tres cuerpos...