Entiendo que las grandes columnas de los estantes —amarillas, blancas y multicolores— debieran de ser, en todos los casos presentes y pasados, futuros y posibles, vividos y no sucedidos, lo más atractivo para cualquier escritor. Sin embargo, esos estantes —que irremediablemente se empolvan y se llenan de olores extraños, que se descoloren y se dejan ser carcomidos por los insectos y por el olvido— sencillamente no lo son. Aunque de vez en vez, extraño el sonido cortante de las páginas de papel pasar...(?)
Mi mente lo entiende y lo sabe y mi corazón lo desea; pero mis ojos y mis manos se rinden al delirio constante del Kindle —ese cómplice nocturno y malhechor, dispuesto a acompañarlo a uno durante toda la eternidad—. Mi mente se entiende