12.8.25

Las neuronas de mi esposa

 Me enamoré perdidamente de mi esposa por sus neuronas. Uno no sabe bien lo que se pueda encontrar en esa maraña —un bosque oscuro y verdoso—, donde habitan cabañas remotas que recuerdan civilizaciones que vivieron hace muchos siglos y que aun veneran a dioses que los hombres del presente han olvidado.

 Me enamoré porque yo puedo perderme siempre en lontananza de sus playas. En su mente las cosas no tienen límites y estoy seguro que, con un poco de entrenamiento, pudiera proferir encantamientos y hechizos como en los cuentos de brujas y ogros, que se enfrascan en peleas de dragones y castillos. 

Me enamoré de mi esposa, por la amplia sonrisa con la que suele desarmar a cualquier bastardo que intenta amendrentarla. Y no es que sea un querubín, o un angelito indefenso. Dentro de las cuevas que tiene en sus neuronas, viven duendes maléficos, perros labradores, jirafas de lenguas largas y cálidas, ruiseñores y colibrís que por extrañas razones, acuden siempre a visitarla y protegerla. Su mente es un volcán siempre en constante pelea. 

Ella es, frase incompleta y conclusión absoluta. Uno intenta darle la palabra perfecta, pero ella contrataca con todos los finales posibles, en todas las dimensiones: es como un condensador que pudiera captar todos las estrategias. Me enamoré de mi esposa, por el increíble ajedrez que juega con su mente. Hablar con ella y tener la oportunidad de vivir a su lado, es como sentarse cara a cara con el gran maestro, a sabiendas de que tiene uno la batalla perdida.

Me perdí enamoradamente en las neuronas de mi esposa  —un laberinto en donde habita la muerte negra y rosa al mismo tiempo— y precisamente...

prólogo o epílogo

el lector se encontrará en este blog toda una serie de fallas estructurales y gramaticales; de forma y contenido, de orden y cronología. el autor, en un intento muy frustrado de hacerse pasar por novedoso o chiflado, se ha visto acosado constantemente por seres imaginarios que se colgaron alevosamente entre cada una de sus neuronas, como jumanjis en plena selva, como fukús de barcos que llegaran naúfragos en tazas gigantescas de café.