2.8.09


Crisálidas mounstrosas. Arte menguada. Entrañas intermitentes. Plastiquísimos, plastosísimos, infernalísimos. Eran un conjunto de seres casi metafísicos; la música borraba las ventanas y las puertas; eran deformes, entre vívidos y mortecinos; opacos y opiáceos. Gusanos gigantes del tamaño de edificios podridos que se van comiendo el sonido de la ciudad: orugas llenas de ángeles hermosos. ¿Qué mariposas —seres alados; gárgolas barrocas entrepechadas en un arte transfronterizo al gótico— nos esperan envaginadas ahí? ¿Qué clase de abejas Frankeinstein nos aguardan para aspirar el cielo azul, y dejar ahí, qué extraño color? Es la plástica: saliva escultural del sexo: de la cópula: procreación y prolongación —retorno— constante (circular) de la vida.


Amalgamas protáceas en formas laminares y plateadas. Mercurio del arte. Ojos afilados. Filos platinados. Ventosísimos, agilísimos, ligerízimos. Son una serie —inconmesurable— de artefactos biológicos (re)creados por el hombre; eran sanguináreos, lúcidos, translúcidos: larvas de microbios futurístas, portadores del ruido de ciudad. Anguilas que vomitan música: tantos civiles, tantos iPods: misioneros del Emepetrés. Llevan en su cuerpo —cilíndrico— engendrados demonios de gran belleza. ¿Qué serpientes —seres inmortales; esfínges preñadas por Quetzalcóatl, guardadas por la pre-hispania— están germinándose ahí? ¿Qué clase de reptiles —adoradores del látex y del karma— y boas nos asechan para soltar su veneno en forma de azul y pintarrajear nuestra bóveda celeste? Es la plástica: anhelo constante de nuestra piel (con olor de sexo), en donde se agarrotan nuestras simientes: plástica de los dioses (re)creados/formados/suscitados: recomienzo de la vida —tecnología virtual— y entrega al otro.

prólogo o epílogo

el lector se encontrará en este blog toda una serie de fallas estructurales y gramaticales; de forma y contenido, de orden y cronología. el autor, en un intento muy frustrado de hacerse pasar por novedoso o chiflado, se ha visto acosado constantemente por seres imaginarios que se colgaron alevosamente entre cada una de sus neuronas, como jumanjis en plena selva, como fukús de barcos que llegaran naúfragos en tazas gigantescas de café.