Valeria

 Corte a: estoy sentado en el carro de los papás de mi novia. Ni siquiera es mi novia. Se descompuso (el coche de mi novia) hace dos horas y tuve que poner cara de mecánico de autos. Estoy aburridísimo. El Padre me observa desde el espejo retrovisor. Corte a: estoy nadando en un gran vaso de café Starbucks. Es del tamaño de una gigantesca alberca y la ropa esta manchada de café. Está tibio. Apostaría a que es Americano. Corte a: estoy corriendo rapidísimamente y siento el aire golpeándome en la cara. Algo llevo en las manos y no logro saber nunca lo que es. Al cruzar la segunda esquina a la derecha, veo que traigo una pistola. Corte a: sigo sentado en el coche. Es de esos que tiene asientos de cuero color guinda. Incomodísimos. Calurosísimos, además. El Hermanito dice que el auto de Valeria lo pueden dejar en casa de Yusif, un Ex Noviecito de Valeria. Me los imagino (a todos Los Ex Noviecitos) esperando en filita como monitos de rosca de reyes. Yo estoy en la otra filita, la de Los Prospectos, y, si tengo suerte, dentro de algunos meses u años, estaré en la otra fila: la de Los Ex Noviecitos, con mi sonrisa de Feliz Día de Reyes. Corte a: el gran mar de café de Starbucks empieza a secarse. Todo está seco, y mi garganta seca y mis brazos secos y mi nariz seca y mi boca seca amenazan con desprenderse de mi cuerpo. Mis huesos se empiezan a resecar y ahora me convierto en cenizas. Polvo. Soy ceniza. Sé que soy yo, pero con otro cuerpo diferente. No sé bien que forma tengo, pero sé que soy cenizas grises y plomas, cenicientas y pesadas al mismo tiempo. Corte a: sigo corriendo y una gota de sudor me va bajando por la cara. No es sudor, es agua, pienso. Alcanzo a escuchar mi respiración como si tuviera dos grandes y rosados conejos en el pecho. Sigo corriendo. No sé porque no me detengo, o si alguien va detrás de mí, pero en el fondo comprendo que se trata de correr lo más rápido que se pueda. Las casas, los edificios, los coches, pasan a una velocidad encabronada y no alcanzo a distinguir nada. Sigo corriendo y mi cabeza me da tumbos como calavera. Corte a: El Padre, dice que si gusto, podrían llevarme hasta mi casa y que muchas gracias por venir. Yo sigo aburridísimo, pero le pinto una de esas sonrisas de dentista. Hasta me divierte pensar que debería de cobrarle a Valeria por el teatrito. Y ni que decir de la cara de preocupación que me tuve que inventar cuando el coche no arrancó. Con algún sistema de tarifas, las cosas serían más fáciles. Corte a: sigo siendo cenizas. De pronto me doy cuenta que estoy arriba de un gran, grandísimo, gigante, gigantísimo, porro de mariguana humeante. Estoy volando y soy todo de color verde. Una sensación como de papel quemándose me invade por completo. Alguien me está fumando. Es una dimensión hecha de Cannabis. Alguien me aspira y de pronto me meto a los pulmones y soy un montón de sensaciones en forma foquitos de navidad.  Alguien se está sobremaquillando una happy face con mariguana. Yo soy el humo. De los pulmones entro vertiginoso a los nervios, al cerebro, a todo el sistema nervioso. Corte a: el asfalto comienza a mojarse con la lluvia. Siento como si me corriera Coca-Cola por las venas. No puedo pensar. Imágenes vibrantes. Sigo corriendo. Sé que en la otra mano llevo algo importante, pero por alguna razón no puedo saber que es. Corte a: La Madre, me pregunta que si vivo cerca y que de dónde conozco a Valeria. Yo sigo pensando en los monitos de la rosca y en lo que dijo Valeria tres horas antes, algo acerca de que uno de Los Ex Noviecitos quería hablar con ella. A veces eso pasa: Los Ex Noviecitos quieren volverse a formar en la filita de Los Prospectos y es trabajo de Los Prospectos que no se meta ninguno a la fila. Algunas veces les funciona y algunas otras no, todo obedece a la ley de la oferta y la demanda. Los Padres nos aporrean con preguntas y preguntas. Que si dónde andábamos. Que sí cómo se nos ocurre. Que si en que cabeza cabe. Corte a: estoy en un cuarto blanco como de hospital. Es desproporcionadamente grande y no tiene ninguna puerta. Las paredes, el piso y techo, están formados por descomunales piezas de rompecabezas tamaño dinosaurio, que de pronto, empiezan a caerse una por una. Corte a: subo los escalones verdes del puente de dos en dos y siento el metal de la estructura con el sudor de las manos. Me late el corazón como una maquinaria explosivamente destructiva. Se que no me puedo detener aún. Una sirena de patrulla viene a lo lejos. Veo la pistola. Veo la bolsa negra que tengo en la otra mano. Corte a: el asiento hace sonidos cada vez que uno se mueve. Valeria me toma de la mano y me ve directamente a los ojos. Luego me suelta y me dice con la mirada que me calme. Me la imagino en la taquilla de una dulcería, organizando los boletitos y las filas de Los Prospectos y Los Ex Noviecitos. Ya no estoy aburridísimo. Con tanta pregunta, La Jodida de La Madre me empieza a caer mal. Además que se parece a Cruela De-Vil. Les digo a Los Padres de Valeria que se callen y que dejen de cuestionarme, pero no sé bien porque les digo. Corte a: estoy en una licuadora inmensa del tamaño de un estadio de fútbol. Dentro hay sesos de cerebro, cuerpos de animales muertos y flotadores de patitos amarillos. Sé que no pasa nada si nadie oprime el botón ON. Corte a: comienzo a correr nuevamente. En la bolsa tengo droga. Medio kilo de cocaína lista para aspirarse. La patrulla acelera y el rugido es como de un cancerbero. Sigo corriendo. Mis piernas corren. Mi mente corre. Mis ojos corren. Mi cuerpo se traslada atropellado y veloz por las avenidas. Entonces recuerdo cómo empezó todo. Corte a: Los Papás se quedan helados. Mi No-Novia pone cara de que se le acabaron los boletitos de la taquilla. Pienso que ha de estar pensando en que no me vuelve a aceptar en ninguna de las filitas. Ni con cupones de descuento y ni con ayuda de Los Prospectos. Vemos una patrulla adelante. Están haciendo operativos. A mi, se me desaparece mí Cara Especial de Hugh Grant: todos Los Prospectos la tenemos, sólo que a unos nos sale mejor que a otros. Agudos y sigilosos perros antidrogas están cacheando carro por carro. El Hermanito simula que les dispara a los policías a lo lejos, apuntándoles con el índice de la mano. Corte a: alguien oprime el botón ON y las aspas de la licuadora comienzan a girar. Veo un bote a lo lejos. Alcanzo a distinguir el contorno de vidrio del vaso de la licuadora. Mi única escapatoria es salir antes que le pongan la tapa. Corte a: Voy corriendo y los ruidos de la ciudad suenan entrecortados. Todo vibra. Es como una canción que fuera acelerando poco a poco. La sirena de la patrulla se aproxima y vadeo el camino, brincando por el cofre de una camioneta.  Corte a: Le agarro la mano a Valeria y le doy un beso de película. Como Clint Eastwood a mitad de balacera. Me bajo del coche de Los Padres y ahora ya no tengo cara de mecánico arregla autos, ni de Hugh Grant. Tengo una big Happy Face. Palpo la mochila. Nadie dice nada. Lástima, porque yo me hubiera formado en todas las filas necesarias con tal de cargarle el equipaje. Saco la pistola de la bolsa. Le doy un jalón al polvo. Me despido de Valeria. Entonces me acuerdo de la loquera en donde nos conocimos, apenas dos semanas atrás. Una crackhouse auténtica al mero estilo de Transporting. Una casa de esas del centro, que no se sabe nunca quién es el dueño y todos para todos. Hongos. Opiáceos. Arponazos. Pipas. Porros. Anzuelazos. Tuvimos uno de esos viajes que no se agarran dos veces: éramos cenizas y humo paseándonos por albercas de café Starbucks, cuartos de rompecabezas y licuadoras gigantes. Le doy otro jalón al polvo mientras cierro la puerta del coche, y veo mi propio reflejo interpuesto con el rostro de Valeria. Cien metros adelante está el retén. Es entonces cuando algo me oprime la tecla RESET y empiezo a correr. Corte a: sigo en la licuadora gigante. Logro alcanzar el bote. Tremendas olas me jalan y una fuerza centrífuga amenaza con tragarme. Cuerpos destrozados flotan y vuelven a sumergirse en ese caldo escarlata de desperdicios licuados. El bote topa con el borde de vidrio y voy cayendo al vacio del vacio. Corte a: estoy atrapado. Parapetado entre dos coches. He corrido por casi diez larguísimos y agitados minutos. Las sienes me palpitan. Abro fuego. Todo gira. Todo trepida con una fuerza indescifrable. Valeria. Cocaína. Valeria. Patrulla. Valeria. Piscina de Starbucks. Valeria. El Vacio. Valeria. Mariguana. Valeria. Cenizas. Valeria. Coca-Cola. Valeria. Cannabis. Valeria. La patrulla más cerca cada vez. Valeria. Un cielo rosa. Valeria. Un revólver haciéndome fuego sobre el pecho. Valeria. Una maquinaria explosiva que me acelera el corazón.