La felicidad no nos espera del otro lado. No hay luz del otro lado. Hay un vacío interminable. Eso pensaba Jamel McCarthy antes de partir. La luz que atravesaba entre nubes arabescas -parecían gigantescas criaturas míticas-, caía sobre el mar. Una burbuja verde, verdosa, verdísima cubría el bote con un halo de suspenso. Jamel lo supo cuando miró el Naútica que marcaba las tres con treinta minutos. La felicidad no estaba esperando ahí ni en ningún otro lado.