Leyendas (M)oteleras de playitas desarmables

                         Prólogo
― ¿Terminó licenciado?
―The Palms. Una playita desarmable…
― ¿Cómo dice?
―El sol: ooohhhhh: desarmable.

1.              El mundo acá no basta, nunca es suficiente man. Tsssss. La sangre acá: beat beat. Un quinqui loco y redbuléado. Y yo: órale, la pistola la pistola la pistola. Nos salimos de a madrazo por la puerta, y entonces veo la imagen: afuera está nevando. Oh, el cielo soleado loco: re loco machín pilas chocolate. Y yo queriendo oprimir la tecla DELETE de tus ojos.

Lo pasaron en las noticias la mañana de no me acuerdo bien que día, muchos años después de que los zombis atacaran las fábricas y infectaran al mundo por completo. No sé si fue el clima o una coincidencia pero tú y yo nos conocimos durante ésa misma temporada. O será más bien que estoy mintiendo otra vez, porque la verdad nunca hubo zombis maquileros. Eso quisieras pensar tú, pinche loca, que te quedaste de inquilina en el psiquiátrico. Pero te decía que la cosa salió en el noticiero justo al instante en que el sol se derretía —azuloso y gastado— sobre los edificios blanquísimos  de la ciudad. Reconozco que prometí nunca volver a escribir, y hasta lo juré por San Google, pero es la única forma para que te enteres de todita la historia. Imagino que ahorita has de estar iluminada por la luz violeta de la lámpara de lava de tu mesa y leyendo con tus ojos de pajarraco recién nacido.
Decía el corresponsal de la noticia que lo habían encontrado en estado alucinatorio, como lleno de ruidos e intoxicado de música: jodidamente loco. Era el presunto responsable por un asesinato, resultado de una trifulca en el Skyview, bar cercano con opción de Drive In. Supuestamente le habían encontrado dos latas de bebidas energetizantes, un iPod shuffle color mercurio ―programado irremediablemente en aleatorio― y otras cosas que ni caso tiene contarte. Lo importante es que, según decía la nota, el peligroso asesino se les había escapado a la hora de la hora. Yo lo que recuerdo, con claridad iridiscente, es que al día siguiente, perdimos por completo el color azul del planeta. ¿Te acuerdas como se amaneció el cielo aquella mañana?

2.      Playazo rico a lo lejos y Martini en mano. Pero todo es una enorme perdida tiempo, le hago clic y la pistola no dispara, y el sol astroso se levanta dando tumbos y vueltas y re loco transformer, acá monster luchador, refilado bien felón.

La imagen no me concuerda cariño loquita. Me veo a mí mismo detrás del escritorio, en mi vieja maquina Olivetti, machacando teclas y redactando el artículo del día siguiente. Ahí fue donde te conocí. Pero eso no importa ya mucho cucarachita de mi alma, porque mira: la noche amarilla se mete por la ventana del motel de mierda en donde estoy, garrapateándote ésta carta desenfrenada en la sección telefónica. Nunca pude escribir en otro lado. Aquél día, me llegaste con tu poema ése del Café y las naranjas, a pedir trabajo de lo que fuera en la redacción. ¿Te imaginas si hubiéramos sabido que todo esto pasaría? Aún así te contraté y mírame hoy: casí dos semanas enclaustrado y no sé cómo decirte la verdad de la verdad.
Para no hacerte la versión muy larga, luego de que corrió el último comercial y terminaron de dar la noticia, hubo una movilización impresionante por toda la ciudad: habíamos perdido al mes de Abril. Y desapareció del mundo entero justo cuando un ejército de Don Quijotes de la Mancha ―encabronadamente cervantinos― se encargó de destruir todo el universo. Bueno no. No es cierto. ¿Ya ves como no puedo escribir cosas de verdad? Se me escriben solas las mentiras. Lo del mes de Abril es cierto, porque cuatro semanas después perdimos también a Septiembre y nos quedamos con diez. A ti te consta. Lo de los monstros cervantinos obvio no es cierto, no destruyeron el universo entero, pero si gran parte de las ciudades de los pueblos del norte.  
Lo que trataba de escribirte, era que cuando se acabó la noticia, subí a mi oficina por la escalinata central del edificio del diario, en donde se levantaban columnas de alabastro y mármol que le daban el toque tan greek a todo el edificio, y te llamé sin pensarlo dos veces. Llevabas ya cuatro meses trabajando…de Febrero a Mayo…menos Abril, no, perdón: tenías tres meses, y nunca te habías caracterizado por ser buena.
Se escucha un ruido como de sexo del otro lado de la pared. Es éste motel de cagada en el que vine a terminar. ¿Ya ves? Y es que quiero narrártelo todo como si fuera un helicóptero cariño mío, para decirte luego “Café con Naranjas”.

3.      Las paredes rugosas del callejón afilado se dislocan igual que  rompecabezas con cada jodazo que le doy o viceversa. Viceversa todo porque no alcanzo a entender que pasa: qué onda: ¿Qué onda loco? Todo bien brillante. Acá brillantino, nítido pero revuelto. Una gota de sudor bajando, cayéndome por la frente, (veloz) chingando justo el ojo. Y yo: oohh, con las nubes de redbull®, y el arma sin funcionar.

Momentos así me hacen pensar que la vida está regida por el Gran Random. Tenía que calmar los nervios a como diera lugar. A punta de cocteles de basuritas químicas: diazepam, aspirinas y fenorbital. Y claro, su extra-bonus de tobacco British y café-Aspirinas. A veces, cuando he bajado a comprar comida, el dueño del motel me mira extraño, ajeno, como borrado. Desde aquí, por encima del humo ceniciento de mi cigarro, se alcanza a desdibujar al anuncio principal: The Stars. A New West MOTEL. Vacancy. Air conditioned. Switchboard. Free Television. Cable. HBO. Kitchens.  No smoking roms. Weekly-Daily Rates. Free Local Calls. Del otro lado de la acera, cruzando la calle y por encima de la nieva que antes pudiera haber sido azul ―hoy luce ploma o grisácea― se ve otro anuncio: DRIVE CAREFULLY. Come back SOON.
Pero te decía que te encargue el reportaje del asesino aquél que se había escapado pensando que, con la ineptitud que habías mostrado hasta el momento, sería más fácil que una novela de Saramago se hiciera realidad, a que tú hicieras el trabajo. Ésa tarde, llevabas un libro de John Fowles, muy vintage y una blusita rosa con la figura de un beso. Parecías como salida de una cafetería postmodernista.  ¿Qué hubieras pensado de saber que las cosas terminarían de la forma que terminaron? ¿Hubieras qué? ¿Corrido como pendeja? Y es que al verte, el aire se poblaba de reminiscencias, pero muy nebulosas y en un halo lejano. Algo así como un tango acelerado que me sonara en la cabeza.
Yo lo único que pensaba era en lo que había pasado la noche antes de la noticia. Metal, pólvora, balas. ¿Nunca lo has pensado? La combinación perfecta. A poco ¿nunca te has imaginado lo perramente cabrón que se ha de ver una bala entrando ―alineada geométricamente― a la piel de alguien? ¿Quieres que te vaya leyendo la carta o prefieres esperarte a que termine?

4.       ¿Que locote no? Acá bien de película. En la banqueta se huele la nieve y el aceite de los carros. Que la pistola dispara y en eso güiu-güiu: la policía carnal. Acá, métele primera, y segunda, acelerador y break-dance —breakfast o break food— Y todo acá relax acelerado. Evaluación loca y perrona.

Aquella madrugada era como de alabastro y espuma, como sacada de un cuadro popart. El teniente Ramírez ―encargado de Investigaciones Especiales― tenía grandes ojos negros que se cubría con sus Ray-ban y poseía un aire de dandi y retro: como una mezcla de banda reggae Bob Marley, y banda ranchera tipo Lupillo Rivera. Parecía que iba directito al fondo de la narcoteca y recién desenterrado de la narcofosa. Así se presentó en mi oficina de buenas a primeras, dos días antes de que yo decidiera renunciar definitivamente. Se plantó frente a mi escritorio ―llagado y antiguo― y me hizo un ademán de policía gringo.
 Me decía el teniente que sus investigaciones apuntaban al Diario y que la información recibida lo hacía sospechar de mí. Las cosas nunca parecen reales hasta que uno las ve con sus propios ojos. O con los tuyos, pinche lunática. Nunca pude comprender de donde sacabas todo el material para escribir lo que escribías. Pero estábamos hablando del teniente Ramírez. El aire afilado se corría por las ventanas y el clima de la ciudad parecía de colores fosforescentes. Configurado y pintarrajeado por refulgencias de luz, que se atenuaban y embellecían según les pegaran los rayos del sol.
Despedí al Teniente mientras piraba el final de mi cigarro, dándole algunas evasivas sobre la cuestión. Yo seguía pensando, con precisión de verdugo, en lo mismo: metal, pólvora y sangre. Y es que ésa combinación es como una llavecita que me abre la cabeza, así como un password que me hace de muchos pixeles la visión.
Sin saberlo, cincuenta y dos horas después me escaparía de la ciudad, al mismo tiempo que todos los barcos de todos los países dejaron de navegar sobre los océanos y se quedaron ahí, estúpidamente anclados, como  dulces sobre gelatina.

5.      Recogió su iPod ―¿ya encocalizada? à la pause…RUVEZ Coca-Cola désaltère le mieux― y escucho los ruidos: el apagón acá revolviéndose con las balas: acá la dimensión desconocida loco. Y sigo bien catorce. Con la hierba ahhhh, y me entra el sol ohhh, pero la morra sigue con la brújula loca: llena de whiskey. Le sale del mar de la bolsa una EME. Grande como loca, con ocho brazos y dos tentáculos.

Le caía del mismo modo que si fuera pastel de chocolate, los mendrugos  ―cafés, marrón y cacao nítido― le iban cubriendo todo el cuerpo a cada palada de tierra que le echaba encima. Monocromáticamente hermoso. Por toda la cara. Ahora sí: directito a la narcotumba, el Teniente Ramírez se iba de éste mundo sin su uniforme de policía, pero con la quijada sublimemente rota a culatazos. Ahora sí quisieras estar pensando que te estoy falseando ¿verdad? Pinche jodida bonita. Para eso lo estoy registrado todo aquí, en la Sección Amarilla del parador y te lo voy a enviar por correo certificado. Para que compruebes mi caligrafía y me hagas exámenes grafológicos.
Pero antes de enterrarlo, te decía que no podía pensar. Estaba como en una frecuencia inatrapable y en piloto automático. O como si el piloto que hubiera tomado el mando, estuviera todo fabricado de pura basura ácida y química. Al día siguiente, conseguí la información del teniente y fui a su casa. Lo esperé, Abrí la cajuela del carro, agarré la llave más pesada. Y zas. Es una sensación como de gloria. Figúrate que le corriera a uno champagne por las venas. Lo cargué hasta el auto y me lo llevé sin saber aún que iba a hacer exactamente.
Desde entonces te sueño casi todas las noches. Y nos sueño huyendo de  una EME gigante con muchos tentáculos resplandecientes y andamos como corriendo por una playa sin final. Pero circulando y con un Martini en la mano cada uno. ¿Qué cool no? Martini y su redbulazo. Y el sol nos pega muy fuerte en la cara a los dos y entonces dices: “ohhh” y las letras se ven ―literalmente salen, igualito que si fuera un cómic― y en eso me despierto. Si vieras lo frustrante de es estarte soñando cada rato y despertarme y verte la jeta de pendeja…
Corro la cortina de la ventana y se alcanza a vislumbrar el Bobs. Rare pleasure. Double Deck Hamburguer. Todas la carreteras los tienen: fast-food para viajeros fast de paso. Como tú y yo.

6.      Pero luego se convierte ―reloaded como la matrix― en el alien de los pretty eyes Me cae bien acá el jalón. Pura anfetamina. Y ella, ohhhh, el sol: amanece dando vueltas. Y me dice: ooohhh, cuanto Sssss, y cuanto plashhhhhh, y yo: las olas son de estambre carnal. Las nubes acá, de algodón...y ella: tssss: lullaby electronicozo.

El resto de la historia ya te lo sabes. Luego de terminar negocios con el teniente ―o de rellenarle el hocico y los pulmones de tierra ― decidí inventarme la necesidad de escapar apresuradamente. Ésa tarde extrañe al mes de Abril. Y fui por ti pensando en que tú sabías que yo sabía que tú sabias. ¿Te molesta que te haya amarrado con cinta canela? ¿Verdad que no?
Te escribía que el resto ya te lo sabes. O al menos eso yo supongo. La duda que me queda es ¿por qué piensas que yo maté al tío del bar? Ya lo sé. Ya lo sé preciosa no me digas. También fue por ésa misma época en donde aparecieron dinosaurios diminutos ―esplendentes, hechos de niebla―por las calles, alimentándose de automóviles y de pedacería o chatarra.
Ok. A lo mejor no es cierto lo de los dinosaurios. ¿Ya ves? Lo estoy inventando todo otra vez. Sí, yo lo maté. Al güey del bar. La pistola estaba atascada y el gatillo no quería disparar. Hazte de cuenta: yo rezándole al Pichichi de Oro y a Dieguito Maradona. No me desampares, ni de día ni de noche, ni en penal ni en tiro libre. Y clic clic. La pistola funcionó. Total, no logro acordarme porque, pero salimos de jodazo por la puerta trasera del bar y nos dislocamos a golpes la cabeza. Clac. Clac. Tronaban. Cómo decirte, que yo no tenía ni idea de con quién estaba peleando, ¿no?, ¿no te imaginas?
Pues era el hijo yuppi del teniente Ramírez. Con ése mismo con quién estabas saliendo. Medio hippie y medio junior. ¿Por eso me odias tripita de mi alma? ¿Porque maté a tu noviecito y a tu suegro? Eso no lo sabía todavía. Lo supe todo gracias a ti morenita. Y hoy estamos en este motelucho de quinta. De cagada. De mamada. Por tu culpa. Mira, ¿ya viste como la pistola hace juego con el color de tu cabello?

7.      Y ella: Ahhhy, auuchh, abajo de la lengüita el acidito. Que ricote. Con el cigarro en la mano: es un ángel maquilero carnal. Mató al pulpo gringo por andar de mojado: vacacionistas ricas: Springbreak. Irá, wáchala: Mano más fuego, quién sabe si dará. Pero la pared se disloca con su grito felón: cholo loco virgencita de agua prieta.

No soy un asesino. Soy más bien un tiburón: acá mil dientes, violencia quijotesca. Todo eso pasó hace muchos años o igual pude haber pasado ayer. Se me confunden las fechas. Dicen que después de la muerte del yuppi ―tu casi novio―  te volviste medio loca pero aún así seguiste con el supuesto reportaje y ahí mismo fue donde me descubrieron. Una semana después te internaron en el psiquiátrico por colapso nervioso. ¿No extrañas las paredes blanquísimas del hospital?
Así que hoy estamos en éste cochino motel aledaño a la bahía del octavo infierno, mientras los vacacionistas se emborrachan con cualquier trago  —el cielo es más bien color naranja y leonado, estriado con nubes magentas— y yo te apunto con la pistola en la cabeza. Pero no te preocupes, The End is closer. Quizá en una semana, escribirás esta fábula ―en mi vieja maquina Olivetti, sentada en mi antiguo escritorio― y dirás algo así: «Fue el mismo día durante el cual todo color azul volvió al planeta y los mares se tiñeron nuevamente, explotando lúcidamente cual estrellas supernovas que se comieran el color gris. Azul, añil, tinte. Un océano color celeste cielo en donde los barcos volvieron a cortar el mar, navegando afilados por las olas. También fue, exactamente el mismo día, en que Abril y Septiembre volvieron de su ausencia, llevándose lejos a los monstros Quijotescos y a los dinosaurios esplendentes que estaban fabricados de bruma y niebla y comían fierro y automóviles. Todo volvió a la normalidad justo cuando él ―enjaulado en el Motel The Stars, con una sobredosis de RedBull®, drogadísimamente estúpido y a mitad de la carretera― tomó la pistola, se la metió a la boca mientras la brisa salada del mar arrastraba un puñado de hojas de la Sección Amarilla, y al fin, disparó: la combinación perfecta —metal, pólvora y sangre— le abría la cabeza en dos justo cuando un cielo dorado se tornasolaba rosa por el sonido del revolver.»


Epílogo
―Dígame licenciado…
―La morra ―azulosa y amarilla—, acá medio Picasso, se quedó a vivir en el fondo de la lata de cerveza.