Lo más sencillo del mundo para Patrick Trecenme, luego de tocar el filtro del cigarro, era disparar a quemarrropa. Idiota. Olvidó la pistola en la guantera color plomo de su auto. Caraja belleza. Las dos, el auto y el arma. Patrick respiró profundo, se sintió sorprendido y admirado de sí mismo, de poder estar alabando su buen gusto para vestir, al mismo tiempo que resolvía lo que iba a hacer en un momento cómo aquél. Fantasmas fugaces atravesaron el rellano del estacionamiento. El cigarro le quemó los dedos. Era ceniza.