La familia y el aeropuerto

Son muy pocas cosas, o al menos ahora lo así, al paso de los años, los que logran a uno traspasarle a uno la mirada y el sentimiento. Un Spotify sonando, una cena malograda, un despedida con poca certeza de reencuentro: una familia que ha elegido distintos códigos postales. Uno nunca sabe que nos depara eso que queda cuando pasa el tiempo. Y quizá por eso me encerré en ese baño. Para llorar los viajes y los holas y las despedidas y las separaciones y las nuevas novias y las muertes y los suicidios y los reclamos y las casas que se quedan solas. Hay casas que se quedan solas, esperando a que alguien vaya a habitarlas. ¿Mueren, quizá? Quizá si: indigestadas de tiempo y enojos y el martirio de los años que les habitan las venas.