Son muy pocas cosas, o al menos ahora lo así, al paso de los años, los que logran a uno traspasarle a uno la mirada y el sentimiento. Un Spotify sonando, una cena malograda, un despedida con poca certeza de reencuentro: una familia que ha elegido distintos códigos postales. Uno nunca sabe que nos depara eso que queda cuando pasa el tiempo. Y quizá por eso me encerré en ese baño. Para llorar los viajes y los holas y las despedidas y las separaciones y las nuevas novias y las muertes y los suicidios y los reclamos y las casas que se quedan solas. Hay casas que se quedan solas, esperando a que alguien vaya a habitarlas. ¿Mueren, quizá? Quizá si: indigestadas de tiempo y enojos y el martirio de los años que les habitan las venas.
prólogo o epílogo
el lector se encontrará en este blog toda una serie de fallas estructurales y gramaticales; de forma y contenido, de orden y cronología. el autor, en un intento muy frustrado de hacerse pasar por novedoso o chiflado, se ha visto acosado constantemente por seres imaginarios que se colgaron alevosamente entre cada una de sus neuronas, como jumanjis en plena selva, como fukús de barcos que llegaran naúfragos en tazas gigantescas de café.