Alucinaje forzoso

Pensamos y razonamos las cosas porque, en su mayoría, no somos felices del todo. No se cómo se pueda ser feliz del todo, o si eso exista. Por ejemplo yo, en este momento estoy plácidamente a mitad de una fábrica, rodeado por casi cien personas que trabajan como abejitas de siete a siete y sin nunca llegar a ser complejos o simples del todo. No logro entenderlos, ni conocer sus voces, sus ámbitos, sus sueños. ¿Qué soñaran, los hijos de una tierra así, llena de fábricas? ¿Con qué alucinan? Y es que aquí no existen los nuevos horizontes, se fueron a la mierda, por si alguien desea saber en donde quedaron. Lo único que queda, es enchufar cables, conectar mangueras y creer en hollywood, disneyland, o el superbowl. Nos queda utilizar una hoja de excel durante horas y pensar que estamos haciendo bien las cosas. Pretendemos llegar hacía algún lado inexistente y aún así -a sabiendas y con el conocimiento previo de causa- gateamos hacía una meta que sabemos incierta, falsa, alevosa y mentirosa en todos los aspectos. Es El Deseo, y lo sabemos: lo conocemos desde hace siglos...ese cabrón irredimible, ese hijo de la gran puta que no deja en paz la cabeza. Parece como si el cuerpo fuera la puta del deseo, y la mente la puta del cuerpo. Algunas veces, con un poco de la paz y tranquilidad que las horas bajas nos puedan dar, podremos dirigir nuestra atención hacia algo en concreto. Cerrar los ojos. Respirar. Exhalar tres veces. Y agradecer porque no haya fantasmas al otro lado del espejo, arañándonos la espalda. Agradecer que los demonios se mantengan lejos, muy lejos y que nos esperen del otro lado -no del infierno- del tablero de casino y que nos sonrían socarronamente. Después de todo, la vida es una constante invitación, y la mayoría de las veces nos sabemos quién es el anfitrión. ¿Juegas?  ¿Alucinas? Solo nos queda tragar mierda y pensar (rogar porque sí, o rogar porque no, eso aún no lo sabemos) que las invitaciones serán cada vez mejores y más atractivas.  Pásele, se compran almas a buen precio. Sin intereses y con duendes incluidos. Pero, las cosas mejorarán algún día. ¿Qué podemos temer, cuando tenemos la misma sonrisa que vemos en los diablos que nos invitan a apostar todas las fichas y las mismas garras de las gárgolas que se asoman por los balcones de nuestro ojos? ¿Qué podría ir mal, cuando y bajo la chispa de un voltaje providencial, La Vida o El Juego, nos rete con reventarnos las neuronas en cualquier momento?