Confesiones de un epiléptico falto de voltaje. Vol I.

Somatizamos. Escuché de una paciente. Tenía un tumor de cáncer de treinta kilos en el vientre. Nunca había tenido hijos, ni estado casada, ni siquiera sexo. La tipa, con cuarentaicinco años, se había quedado para...tú sabes, vestir santos. Lo malo de la cuestión fue que la mente es una especie de araña traicionera. Te juega los trucos más sucios del mundo; ora sueñas un mugrero; ora una idea descabellada; ora alguna trampa en el fondo de tu inconsciente. Es muy poderosa. Es lo más poderoso del mundo. Y precisamente de esto he tenido miedo todos estos días. Te tengo miedo, mente. No he encontrado ninguna escapatoria a ti, y la forma más saludable será enfrentarte. Face to face. Los días se están acabando. No puedo estar huyendo de ti para siempre. Y es que, ser epiléptico es como traer una pistola cargada en la nunca, lista para dispararte y volarte las neuronas. Le pido a Dios que por favor no me llené el cráneo con tumores somatizados. Psicosomatizados, para ser exactos. Le pido que me quite estos momentos de temblor, de duda y mareos (que inconscientemente estoy deseando, quizá) Le pido luz para joder a este inconsciente-subconsciente de un madrazo. Algún día llegará. Me tendré que sentar (no necesito silla eléctrica, la traigo integrada, gracias) y decidir las cosas: ¿vienes o no vienes? Ah, qué pocos años nos faltan para descansar (¿y estamos deseando la muerte?)