Tengo dolor de arte

Tengo dolor de arte. Tengo preocupación por el tiempo, por el todo, y por el arte (lo que sea que signifique). Es por el tiempo. Por no entregarlo todo. Por la falta de dinero en la apuesta. El hombre (yo) tiene dos opciones en la vida: jugar o no jugar. Puedes no jugar y simplemente, no mirar, voltear la vista hacía otro lado. Esperar que las cosas, simplemente, fum!, sucedan por arte de magia. Y puedes, podemos, puedo jugar. Hay cosas, sagradas por las que se pueden jugar, y quizá unas te exigen más que otras. Apostar es una forma de entregarse a algo. Cortarle un tajo al corazón y ponerlo sobre la mesa de juego. Y habría que pensar si el corazón es un bien recuperable o inalienable; canjeable o intransferible. Aún, así, acabo de comprender que existen cosas (sagradas) que nos exigen la apuesta completa. El amor. El arte. Y este dolor, una especie como de existencia arrastrada y peligrosa, intenta reptar entre faces de actividad y despreocupación, sin conseguir cabida en ningún lado. ¿Quién es el carajo arte? ¿Dónde, el arte? No podemos ir por ahí, por el mundo, hablando del arte y pensando en las tabernas y los bares, y las copas y el alcohol, y los cigarros y el humo, y sobre todo, la soledad. No podemos. Porque, tarde o temprano, estarán las horas, las horas de Michael Cunnihgham, esperando. Y quizá este mismo dolor de arte y toda esa preocupación, son por el paso de las horas. Habremos también de ocuparnos y este es el dolor más arduo y difícil de vencer: que, la inspiración, nos tome trabajando.