Uno empieza los proyectos con la plena certeza del optimismo. Es verdad, no en todos los casos, con la seguridad de si funcionarán o no y la mayoría alimentados con el virus de la ambigüedad corriendo por todos los circuitos neuronales. No se muy bien, si al llegar a cierta edad, o cuando la edad llega a nosotros, comenzamos a perder el entendimiento de los comienzos. Al principio, la vida misma, te empuja de un comienzo a otro y de pronto tienes seis años y estás en una piñata, de pronto eres aventando a los nueve y cuando menos lo piensas ya diste otros brincos: la preparatoria, la facultad. Pero hay un punto borroso aquí. Nadie nos ha dado a entender cómo funcionan los recomienzos. Queremos regresar a los mejores tiempos y la vida se vuelve un regresar; un constante discurrir entre pasado y futuro (puro presente antes, el futuro era inmediato). Es decir, queremos apuntar con mira de sniper, hacía un futuro, pero queremos llevarnos lo mejor de los mejores años. Creo que es simplemente imposible. Uno tiene que avanzar hacía el futuro (lo que sea que signifique esa frase) Dar el brinco hacía lo desconocido. Cambiarse de casa. Comprar un carro. Irse de viaje. Y todas esas cosas que se supone nos hacen permeables a la amargara de los ventialgos. La vida es -ya no tan solo movimiento- proyección. Uno intenta empujar hacía algún lado (empujar en el sentido de enganchar la energía psicológica y concentrarla hacía algún punto del universo conocido) Mientras los adultos, intentan, en su mayoría procurar el presente de los otros. Procurarse de tu presente. La vida ya nos remontar un pasado. Es luchar contra los recomienzos. Recomenzar es una forma de fracaso. Y uno, necesita vacunarse de todo eso.