Nunca podremos llegar a conocernos si no conocemos lo que escribimos. Es verdad: existen algunas ideas que nos embotan la mente. Y otras que se alojan con mayor intensidad en nuestra cabeza. Según el hinduismo, los avatares son reencarnaciones de un dios más poderosos que acuden en distintas eras y bajo distintos cuerpos. Son seres iluminados que se presentan ante la humanidad, mitad humanos, mitad dioses. También, la humanidad se divide en eras de miles y miles de años. Según el maestro el maestro en artes, Kellen Wummer, la transición entre una era y otra ocurre después de la vida, en donde somos transportados a otra realidad, que vive otra era, con otros avatares distintos. La verdad, es que, si pudieramos observar al mundo y el pasado y final de la humanidad en un solo mapa, dejariamos de interesarnos por vivir el momento. El momento es también, una forma de obra de arte. Somos un momento y la fugacidad que representamos es también una forma de vida. Nos transmitimos constantemente a diferentes momentos. Discurrimos en el tiempo, con la brevedad que el agua se escapa de nuestra manos, sin que exista manera de retenerla eternamente. Kelly Rotterdam, alumna excelente, sobresaliente y en todas sus notas se levanta de la silla. Pide un vaso de agua. Se dispone a hablar. La ceremonia con la que se dirige y actua para practicamente todo, hace que sus compañeros se burlen de ella, le avienten avioncitos de papel cuando los maestros no están. Una vez, el maestro de Filología Germánica, los reprendió justo en el momento que aventaban quice avioncitos de papel al mismo tiempo. Este no es el caso. El auditorio está completo, y además, hay un maestro extra. Tiene cara larga, usa lentes, y va rasurado. Parece un perfecto agente del FBI con el disfraz de un profesor de Princenton. La alumna empieza a hablar.
He llegado a la conclusión que todos tenemos posibilidad de ser avatares, en otras vidas.
No me diga, señorita Rotterdam. ¿Y qué la hace a usted pensar eso?
En la paradoja de los espejos, existe una aberración que nunca se ha podido comprobar en la ilusión optica de los espejos.
Interesante. Pero le recuerdo que no estamos en clase de físicas. Para eso, pudo haber asistido
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La historia nunca llegaba. Pensaba que si haciendo un larguísimo cuento lo podría vender en forma de cómic y atravesar el mundo entero con él a cuestar. Nada más equivocado. Había que arrastrarse por la mayoria de las avenidas londineses en búsqueda de algo que valiera la pena escribir. Y así son la mayoría de los viajes. Jodidamente desiguales y jodidamente azarosos. Nunca sabemos lo que nos espera detrás de la próxima parada. Dos ideas le rondaban la cabeza como una especie de virus: escribir una historia magnifica que lo llevara al éxito (lo que sea que significara esa palabra) y que nunca era lo suficientemente bueno. ¿Cómo carajos iba a ser bueno si no alcanzaba a llenar una página entera por día? Había intentado una historia tonta de unos mounstros que estaban enfermos de escribir, luego salió con la de Jamaica Knox. Y habia momentos en los que, sonreía el monitor y se preguntaba y se afirmaba milésimas de segundo después, el placer que le producía escribir. Sendos nubarrones se desentrañaban por el cielo clareado de un color plomizo. Eran los párpados de dios, abiertos en un color casi azul. La historia de Jamaica tampoco mejoraba. Luego de desentumirse un poco, ir al supermercado y regresar a su piso, ubicado en una pequeñísima y segunda planta, se sentó nuevamente a encontrar miles de formas de huir de la hoja en blanco. ¿Qué esperaba? Un carajo